Podemos aprender a ver la realidad. El simple hecho de verla y vivir con ella es curativo. Nos lleva a un nuevo tipo de espontaneidad, la espontaneidad de un niño que aprecia la frescura de la vida, lo directo de la experiencia. Debemos recuperar esta espontaneidad para entrar en el reino. Es la espontaneidad de la verdadera moral, de hacer lo correcto con naturalidad, no viviendo nuestra vida según los libros de reglas, sino viviendo nuestra vida según la única moral, la moral del amor. La experiencia del amor nos da una capacidad renovada para vivir nuestra vida con menos esfuerzo. Vivir se convierte en una lucha menor, menos competitiva, menos adquisitiva, puesto que nos abre lo que todos hemos vislumbrado de alguna manera en algún momento a través del amor, que nuestra naturaleza esencial es alegre. En el fondo somos seres alegres. Si aprendemos a saborear los dones de la vida y a ver lo que la vida es en realidad, estaremos mejor equipados para aceptar sus tribulaciones y su sufrimiento. Esto es lo que aprendemos suavemente, lentamente, día a día, mientras meditamos.