Si uno dice “Yo amo a Dios” y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. 21.Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ama también a su hermano. (1 Juan 4: 19-21)
Dejemos bien claro lo que dice San Juan, pues no podemos amar a Dios o al prójimo. Amamos a ambos o a ninguno… En la meditación desarrollamos nuestra capacidad de volcar todo nuestro ser hacia el Otro. Aprendemos a dejar que el prójimo sea como aprendemos a dejar que Dios sea. Aprendemos a no manipular al prójimo, sino a reverenciarlo, a reverenciar su importancia, la maravilla de su ser; es decir, aprendemos a amarlo. Por eso, la oración es la gran escuela de la comunidad. En la seriedad y la perseverancia comunes en la oración, y a través de ella, nos damos cuenta de la verdadera gloria de la comunidad cristiana como fraternidad de los ungidos, que viven juntos en un profundo y amoroso respeto mutuo. (WS, p. 78)