El viernes nos enfrentamos a la represión más profunda de nuestra psique, el hecho y el miedo a la mortalidad, el terror a la pérdida absoluta y al abandono. Aprendimos que al afrontarlo podemos tocar un sentido que abre una puerta por la que debemos pasar, pero que no deja de ser un paso hacia lo desconocido. El sábado descansamos en el horizonte de ese sentido, en equilibrio entre la pérdida y el hallazgo. No estamos seguros, ni siquiera convencidos, pero no nos hemos cerrado a la posibilidad, la posibilidad que surge por la mañana temprano de la nada de la tumba a la realidad inundadora de la vida nueva.