Cuando meditamos aprendemos a dejar atrás todas las imágenes de nosotros mismos, porque las imágenes son extrañas a nuestro yo real. Son como etiquetas inexactas. Nuestro autoanálisis etiquetador, que cree ser tan inteligente, nos aísla del conocimiento del yo real y del encuentro redentor con la realidad. Nos aprisionamos en la autoconciencia. Basta con que comprendamos que hemos sido liberados y que la libertad perfecta se alcanza en la profundidad de nuestro espíritu en la libertad de Cristo, la libertad de su amor puro. Podemos volvernos hacia esa realidad si aprendemos a ser sencillos, a aceptar el don gratuito y a ser fieles al don. Si aprendemos a decir el mantra, aprenderemos a amar y a expandirnos más allá de toda imagen de nosotros mismos, hacia la realidad de ser uno con la realidad de Cristo. Nos enseñará a ser nosotros mismos y a conocer la alegría de estar en comunión.