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Por John Main OSB, El Silencio del Amor, PALABRA HECHA CARNE, (Norwich: Canterbury, 2009), pp. 29-30.

El lenguaje es tan débil para explicar la plenitud del misterio. Por eso, el silencio absoluto de la meditación es supremamente importante. No intentamos pensar en Dios, hablar con Dios o imaginar a Dios. Permanecemos en ese silencio asombroso, abiertos al eterno silencio de Dios. Descubrimos en la meditación, a través de la práctica y enseñados diariamente por la experiencia, que este es el ambiente natural para todos nosotros. Hemos sido creados para esto y nuestro ser florece y se expande en ese silencio eterno.

Sin embargo, "silencio" como palabra ya falsifica la experiencia y quizás disuade a muchas personas, porque sugiere alguna experiencia negativa, la privación de sonido o lenguaje. Las personas temen que el silencio de la meditación sea regresivo. Pero la experiencia y la tradición nos enseñan que el silencio de la oración no es el estado prelingüístico sino el estado poslingüístico en el que el lenguaje ha completado su tarea de señalarnos a través y más allá de sí mismo y de todo el ámbito de la conciencia mental. El silencio eterno no carece de nada ni nos priva de nada. Es el silencio del amor, de la aceptación incondicional e incondicionada. [. . .]

Nos sabemos amados y así amamos. La meditación se ocupa de completar este ciclo de amor. Por nuestra apertura al Espíritu que mora en nuestros corazones, y que en silencio ama a todos, comenzamos el viaje de la fe. Terminamos en la fe porque siempre hay un nuevo comienzo en la eterna danza del ser-en-amor.

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