Un fragmento de Laurence Freeman OSB, “Espíritu,” JESÚS EL MAESTRO INTERIOR (Nueva York: Continuum, 2000), pp. 187.
En el evangelio de San Juan, la Resurrección y el envío del Espíritu se ven como un solo evento. En la tarde del Día de Pascua, Jesús vino y se paró entre los discípulos mientras ellos estaban temerosos y encerrados en una habitación. Su primera palabra para ellos fue shalom. La rica palabra hebrea para paz invoca la bendición de la armonía de todos los órdenes del ser. Shalom fluye directamente de la armonía Divina que es el Espíritu. Recibirlo es compartir esa paz que supera todo entendimiento. Entonces Jesús sopló sobre ellos y dijo, "Reciban el Espíritu Santo."
Su aliento, que llevaba sus palabras a sus mentes y corazones atentos, es un medio del Espíritu. Luego les dio el poder de perdonar los pecados. Este poder de perdonar es un carisma del Espíritu porque el perdón elimina el mayor de todos los obstáculos a la comunicación; sana heridas, confiesa la verdad que nos hace libres, consuela el dolor, calma la ira, disuelve el resentimiento y logra la reconciliación de enemigos. Quien conoce la verdad tiene el poder de perdonar.
Aprendemos a través de su efecto en nosotros mismos lo que es el Espíritu: un amigo que no tiene favoritos y que libera el poder de amar, de perdonar sin fin. Ella está más allá de la observación, pero la reconocemos por las huellas de su silencioso, orientador, sanador y consolador paso por nuestras vidas.