Un extracto de Laurence Freeman OSB, Jesús el Maestro Interior (Nueva York: Continuum, 2000), pp. 62-63.
La nueva clase de vida que se hace posible gracias a la Resurrección no se basa en la evidencia forense del sepulcro vacío o en la evidencia circunstancial de las apariciones. La evidencia se encuentra en la vida diaria. . .
Al igual que el amor, la fe en la Resurrección posee su propia razón y calidad de existencia, un nivel superior de totalidad que se percibe en lugar de aprenderse. Las experiencias, incluidas las apariciones de la Resurrección, son pasajeras.
Se transforman en memorias. No obstante, nosotros experimentamos la Resurrección en lo que los primeros discípulos llamaron el Día de Cristo. Es el momento presente iluminado por la capacidad de la fe para percibir lo invisible y reconocer lo evidente. Como escribió Simone Weil, ‘Él viene a nosotros oculto y la salvación consiste en reconocerlo.’
La pregunta que Jesús hace, "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" es el regalo del rabbuni para nosotros: el simple hecho de hacerla otorga la gracia del maestro. En cada época, su pregunta es el regalo esperando ser recibido. Su poder, simple y sutil, de despertar el autoconocimiento en nuestra propia experiencia de la Resurrección es perenne. San Tomás usa el presente cuando habla de la Resurrección. Se puede entender que está diciendo que la Resurrección… trasciende todas las categorías de espacio y tiempo. De manera similar, los íconos de la Resurrección en la tradición ortodoxa sugieren la misma trascendencia y muestran que el poder que resucitó a Jesús está presente y activo continuamente.
El trabajo esencial de un maestro espiritual es precisamente este: no decirnos qué hacer, sino ayudarnos a ver quiénes somos. El Ser que llegamos a conocer a través de su gracia no es un pequeño yo-ego separado, aislado, aferrado a sus recuerdos, deseos y miedos. Es un campo de conciencia similar e indivisible de la Conciencia que es el Dios de la revelación cósmica y bíblica por igual: el gran Yo Soy.