Un extracto de John Main OSB, El Cristo Presente (abril de 1981), en MONASTERIO SIN MUROS: Las Cartas Espirituales de John Main, ed. L. Freeman (Norwich: Canterbury, 2006), p. 163.
En la Resurrección, somos absueltos de la necesidad de cosificar a Dios. Ya no tenemos que hablarle, apaciguarlo o hacerle peticiones. Tu Padre sabe lo que necesitas antes de que se lo pidas, nos asegura Jesús. Desde ese momento eterno en el tiempo, cuando Jesús despertó a su unión con el Padre, pasamos más allá de la etapa de la infancia espiritual. En ese momento, maduramos hasta la plena estatura de Cristo. Este momento de Cristo se encuentra en el centro de nuestro ser, en nuestro propio corazón, donde su espíritu vive y crece como una semilla enterrada en la tierra.
Encontrar ese momento es el trabajo de la meditación. Es una labor alegre y vitalizadora porque llegamos a comprender que el momento ya ha llegado y ha nacido de manera imperecedera. Una vez que conocemos esta unión en nuestra propia experiencia, toda nuestra existencia renace. Estamos unidos en una totalidad que es santidad. Todo esto es obra de un momento, el momento de Cristo.
No solo estamos liberados de la necesidad de vernos a nosotros mismos y a Dios de manera dualista. En realidad, somos llamados a no hacerlo. Ha llegado el momento, de hecho, ya está aquí, cuando se nos llama a adorar a Dios en espíritu y en verdad. Al decirle esto a la mujer samaritana, Jesús nos llama a todos a una nueva dimensión de conciencia espiritual. Ya no podemos persistir en el dualismo de la infancia espiritual y estar en la verdad del momento de Cristo. La presencia del Espíritu de Cristo no es solo un regalo, una oferta especial, una gracia que podemos aceptar o rechazar. Es la realidad, la puerta hacia el redil de una unión sin límites.