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Un extracto de Laurence Freeman OSB, "El temor a la muerte", EL SER DESINTERESADO (Londres: Darton, Longman, Todd, 1989), pp. 129-131.

Al meditar... enfrentamos la muerte todos los días. Y si enfrentamos la muerte diariamente, si nos permitimos morir un poco más cada día, entonces la experiencia de la muerte nos permitirá vivir cada día con mayor plenitud. La muerte enfrentada con fe nos lleva más allá del miedo a morir y nos permite vivir cada día con la esperanza cierta de la vida eterna. Esa esperanza es la razón por la cual la meditación es un modo de vida. Porque también es un modo de morir. La muerte cancela nuestra noción del futuro y, por lo tanto, nos obliga a concentrarnos por completo en el momento presente. ¿A dónde más podríamos ir? Cuando realmente enfrentamos la muerte, estamos totalmente en el momento presente. Entramos en la eternidad antes de morir, si podemos enfrentar la muerte con esta atención plena y sin evasión. Pero siempre intentamos escapar del momento presente.

Normalmente evitamos el presente viviendo en el pasado o creando un mundo de fantasía. Sin embargo, cuando meditamos, el simple acto de repetir el mantra cierra ambas opciones o rutas de escape. No hay otro lugar al que ir, más que estar aquí. El mantra apunta en una sola dirección: hacia el centro. Es un camino estrecho, pero es el camino de la verdad. Mientras seguimos el camino del mantra, mientras aprendemos a repetirlo con valentía y humildad, este nos conduce por un sendero donde todo lo que nos retiene de la plenitud de la vida muere en nosotros. Morimos un poco cada día con fe, y eso es la suprema preparación para la hora de nuestra muerte. Pero este camino de morir con fe inevitablemente nos enfrenta a dos fuerzas muy poderosas que también debemos estar dispuestos a afrontar: el miedo y la ira.

La ira, y el miedo del que surge, son lo opuesto a la meditación. La ira más profunda proviene de nuestro miedo más profundo a la muerte, pero también tiene muchas causas secundarias, de todo lo que constituye nuestra historia psicológica. Cuando meditamos, necesitamos ser conscientes de esa ira, y mientras nos purificamos de ella, no es nuestra preocupación inmediata descubrir su origen. Lo único verdaderamente importante es que la estamos dejando ir. El amor activo en la fe del mantra expulsa la ira del corazón.

Como dice 1 Juan 4:16-18: "Dios es amor. Quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se perfecciona el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio, porque así como Él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay lugar para el miedo, porque el amor perfecto expulsa el miedo."

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