Un extracto de Laurence Freeman OSB, “Queridos Amigos,” Boletín Internacional de la WCCM, diciembre de 1996.
Al repetir el mantra con suavidad, aprendemos de Aquel que es manso y humilde de corazón. Cuando el mantra nos lleva a la pureza de la mente de Cristo, a su amplitud infinita, más allá de nuestra autoconsciencia, hacia el verdadero silencio… cuando el mantra mismo se ha vuelto silencio, ya no estaremos midiendo su duración ni registrando la experiencia para analizarla después. Habremos sido transformados. Día a día, nuestra vida se convertirá en el comentario de nuestra oración. Nuestra oración ya no será un constante análisis de nuestra vida. Nos habremos convertido, nosotros mismos, en oración…
Hoy, cerca de la fecha en que recordamos el nacimiento de Jesús, también recordamos el día en que partió uno de sus discípulos más entregados. Podemos hacerlo con gratitud, porque nos enseña sobre el misterio de aceptar la sorprendente—y a veces dolorosa—puntualidad del Espíritu en nuestra existencia. No podemos separar el regalo de la meditación, que ha llegado a tantas vidas a través de las enseñanzas del Padre John, de la persona que fue él. Pero tampoco podemos reducirlo solo a su figura. Lo que él enseñó fue lo que el Espíritu le enseñó a él. Nos mostró que la mejor manera de recibir un don es compartirlo. Este es el misterio de la vida, el mismo que nos enseñan tanto el nacimiento como la muerte.