Aprender a estar en silencio implica apartar la atención de nosotros mismos, al menos de la forma en que solemos pensar compulsivamente en nosotros, mirando por encima del hombro o mirando al horizonte. ¿Qué debo hacer? ¿Soy un fracaso o un éxito? ¿Qué piensa la gente de mí?
Estas preguntas suelen determinar nuestras decisiones y nuestras pautas de crecimiento o declive. Cada pregunta surge de un sentido autoobjetivo del yo, que tiene, por supuesto, un papel pragmático necesario en la vida. . . Es muy fácil que estas preguntas se conviertan en el molde mental dominante desde el que vivimos todo el tiempo. Nos convertimos en sus esclavos. El modo en que nos vemos a nosotros mismos (con el ego como una cámara de seguridad en continuo funcionamiento que capta cada palabra y cada gesto) y el modo en que nos ven los demás (la sensación de ser evaluados y encontrados deficientes) ha generado, con la ayuda de los medios de comunicación, una obsesión cultural por la imagen de uno mismo. Sin control ni modificación, destruye la confianza en el verdadero yo que nos permite arriesgar y entregarnos, es decir, vivir. [. . . .]
Durante una visita a Noruega, . . . nadé, un día glorioso, en un fiordo de Oslo. Como no me gusta el agua fría, la probé con el dedo del pie y la encontré demasiado fría para mi gusto. Avergonzado por la valentía de mi compañero vikingo, que ya se había metido, me armé de valor y le seguí. El frío me proporcionó una agonía momentánea: luego, a medida que nadaba y mi temperatura corporal se regulaba, acabó siendo agradable.
A todos nos asusta meternos en el agua; encontramos excusas para evitar la quietud de la sentada y huimos del silencio que amanece. No obstante, cuando hacemos silencio, la vida irrumpe con una frescura y patetismo que es la energía de la vida de Cristo. En un instante, los miedos, los prejuicios y las prisiones autoconstruidas de la condición humana comienzan a desmoronarse. Entrar en la habitación interior, como nos dice Jesús, es una manera de decirlo. Al entrar en esta habitación, descubrimos que nos movemos por el espacio infinito.