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De John Main OSB, El Espíritu, UNA PALABRA HECHA SILENCIO (Nueva York: Paulist Press, 1981), pp. 37-39.

La primera etapa hacia la plenitud de la persona es . . . permitirnos ser amados. Para facilitar esto, el Espíritu Santo fue enviado al corazón humano, para tocarlo, despertarlo y guiar nuestras mentes hacia su luz redentora. El envío del Espíritu fue un evento de resurrección y continúa hoy con la misma frescura que tuvo esa tarde de domingo, como nos relata San Juan, cuando los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada y Jesús vino, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo."

Nuestro letargo natural y nuestra autoevasión, esa resistencia a permitirnos ser amados, son, al igual que las puertas cerradas, barreras que no impiden al Espíritu Santo. El Espíritu ha sido enviado al corazón humano y allí habita el misterio divino mientras Dios nos sostenga en la existencia. Aun en el corazón del hombre más perverso, si existiera tal persona, el Espíritu Santo seguiría clamando: "Abba, Padre", sin detenerse..

Comenzamos con una conciencia tenue de los movimientos del Espíritu en nuestro corazón, la presencia de otro a través de la cual nos conocemos a nosotros mismos. Al despertar a su realidad plena, al escuchar nuestro corazón, despertamos a la prueba viva de nuestra fe, justificando esa primera tenue conciencia, esa primera esperanza. Y, como San Pablo dijo a los Romanos: Esta prueba es el fundamento de la esperanza. Tal esperanza no es una burla, porque el amor de Dios ha inundado lo más profundo de nuestro corazón a través del Espíritu Santo que nos ha sido dado.

La intoxicación del lenguaje de Pablo es la intoxicación de su despertar personal a la realidad del Espíritu, a la experiencia del gozo liberado, comprimido y desbordante, que Jesús predicó y comunica a través de Su Espíritu. Es la intoxicación de la oración.

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