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La mente ha sido comparada con un árbol monumental lleno de monos turbulentos que saltan de rama en rama sin parar el alboroto y la excitación. Sólo tenemos que empezar a meditar para darnos cuenta hasta qué punto esta imagen describe con precisión la agitación permanente que reina en nuestra mente. La oración no consiste en añadir a esta confusión tratando de cubrirla con más verbosidad. 

La meditación tiene como objetivo llevar nuestra mente agitada y distraída a la inmovilidad, el silencio y la atención. Para ayudarnos en esta tarea recurrimos al uso de una palabra sagrada o mantra.

El meditador que inicia esta práctica puede elegir entre varias palabras sagradas, pero es preferible recurrir a una palabra consagrada a lo largo de los siglos por nuestra tradición cristiana, como es la palabra MARANATHA. Esta palabra aramea significa «Ven Señor, ven Señor Jesús». Es la palabra recomendada por John Main OSB, un monje benedictino que renovó la antigua enseñanza de esta forma de oración. Fue con esta palabra que San Pablo concluyó su primera carta a los Corintios (1 Cor 16, 22) y San Juan su Apocalipsis (Ap 22, 20). Esta fue la palabra elegida porque no tiene ninguna connotación visual o emocional. Su continua repetición nos lleva, en el tiempo, a un silencio cada vez más profundo. 

La repetición de la palabra sagrada es una práctica cristocéntrica, lo que significa que se centra en la oración de Cristo que constantemente brota de las profundidades de cada ser humano. Así, en este camino de «pura oración» abandonamos cada pensamiento, cada palabra y cada imagen. En este camino, renunciamos a nuestro yo egoísta  para morir y renacer a nuestro verdadero yo en Cristo.

Juan Casiano 

Fue a finales del siglo IV que Juan Casiano, que más tarde tuvo una gran influencia en San Benito, introdujo el uso de un verso de oración en el monacato occidental. Habiendo recibido esta práctica de los Padres del desierto, Casiano situó el origen de la práctica en la época de Jesús y los apóstoles. Recomendó a aquellos que mostraron el deseo de aprender a rezar a que tomaran un solo verso y lo repitieran sin interrupción. En su Décima Conferencia sobre la Oración, aconsejó encarecidamente el uso de este método de repetición simple y continua, para evitar distracciones y charlas estériles de la mente con el fin de permanecer inmóvil en Dios.

La enseñanza de Casiano sobre la oración se basa en las palabras de Jesús en los Evangelios: «Cuando ores, no seas como los hipócritas… sino entra en tu habitación y después de cerrar la puerta, reza a tu Padre en secreto, porque el que ve lo oculto te oirá». En vuestras oraciones, no seáis como los gentiles, que usan vanas repeticiones porque piensan que, por mucho que hablen, serán contestados. No hagas como ellos, porque tu Padre celestial sabe lo que necesitas antes de que se lo pidas. (Mt 6,5-8)

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