Cuando se reconoce y se absorbe la dimensión contemplativa del evangelio, las metáforas y las formas de la iglesia comienzan a cambiar. Se vuelven más justas e inclusivas. Las mujeres encuentran la igualdad en un mundo dominado por los hombres. A los homosexuales no se les dice que son “desordenados”. [Las cuestiones de justicia social y medioambiental pasan a ser tan importantes como la protección de la ortodoxia. Cuando respira la oración del espíritu en el corazón, no sólo desde el culto público o la devoción privada, la iglesia experimenta colectivamente la trascendencia inherente a la fe. Al volverse menos egocéntrica, ve que sirve pero no se identifica con el Reino que debe comunicar. Con el aire puro de la contemplación, la fe crece y la creencia se asienta en el nivel adecuado.
El lenguaje que utilizamos sobre Jesús también cambia. Ya no hablamos de él como si fuera el capitán del equipo ganador, que derrota a los demás, o como un juez que viene a condenar al mundo. La idea de sacrificio y redención adquiere un significado más sutil y místico. Al entender a Jesús como el Médico Divino, la palabra que todo lo cura, la iglesia comienza a hablar de una manera que el mundo puede entender.