También necesitamos darnos cuenta del modo en que nuestro ego tratará de disuadirnos de entrar en el silencio de la meditación mostrándonos las viejas y emotivas imágenes de los «deseos insatisfechos» por medio de sus imperfectas imágenes de nosotros mismos. Si nuestra necesidad de «amor» no fue satisfecha o si sólo hemos experimentado el amor condicional –el amor como recompensa por el buen comportamiento– puede resultar difícil imaginar que Dios que es Amor Incondicional, también está ahí para nosotros. El ego nos provoca: «¡Sabes que no eres amado! ¡No eres suficientemente bueno! ¡Esto es para otra gente, no para ti!»
La meditación se basa en una relación amorosa de fe y de confianza con lo Divino. Nuestro sentimiento de falta de mérito podría hacernos sentir que entrar en esa relación es un reto muy exigente.
Si nuestra necesidad de «seguridad» no ha sido satisfecha, esto bien nos puede llevar a un impulso irreprimible de controlar la experiencia de la meditación. Tememos perder el control –el control es igual a la seguridad– por lo tanto, el ego juega con esta debilidad en particular: «¿Estás seguro que es una buena idea? ¡No tendrás el control! ¿No estás asustado?» Por lo tanto, el «abandono» que requiere la meditación puede ser al principio increíblemente amenazante y puede causar un sentimiento de pánico. Aceptar que somos esencialmente buenos, a pesar de lo que pensamos y sentimos, y que la naturaleza de la Realidad Divina es Amor y Perdón requiere un salto cuántico de la fe.
Si nuestra necesidad de «estima» es la fuerza que nos impulsa, la que nos hace poner énfasis excesivo en el estatus y en la reputación, entonces pensar en hacer algo poco ortodoxo, incluso contracultural, como la meditación, puede no satisfacer la necesidad de ser aceptado y respetado.
Si no nos sentimos valorados, debido a que el patrón de las primeras etapas de nuestras vidas fue marcado por la indiferencia o si nuestra opinión no fue pedida o tenida en cuenta, entonces es un verdadero problema confiar en nuestra propia voz interior, en nuestra propia opinión.
El camino que nos permite avanzar es recordar que todas estas emociones se basan en nuestras actitudes condicionadas formadas en el pasado. Por lo tanto podemos aprender a borrar las imágenes y a no escuchar estos mensajes pasados de moda y falsos de nuestro ego. Nuestro mantra podría ser: «¡Eso fue antes, esto es ahora».
Por lo tanto el deseo de creer en algo más allá de nosotros mismos no proviene del ego, es el aspecto inconsciente más profundo de nuestra conciencia, nuestro «ser» que es la fuerza de atracción. La fuerza ejercida por el «yo» más profundo nos hace buscar el verdadero significado más allá de la realidad cotidiana del ego: «Entre mis pacientes que transitan su segunda mitad de vida, es decir, aquellos de más de 35, no hay uno solo cuyo problema no sea, en última instancia, la búsqueda de una perspectiva religiosa de la vida» (C.G: Jung – El Hombre Moderno en búsqueda del Alma). Aunque Jung trataba a gente cuyos problemas ya se habían convertido en neurosis, su afirmación es válida para todos nosotros. Considerando que lleva tiempo para que la neurosis se vuelva tan agobiante que necesite ser tratada, esta comprensión de la falta de valores espirituales puede comenzar mucho antes. El habló de una «perspectiva religiosa» debido a la época en que vivió, pero lo que ahora encontramos es más bien un hambre espiritual, que es nuestra respuesta al amor de la Realidad Divina que inconscientemente nos atrae y nos motiva.