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Un extracto de Laurence Freeman OSB, Aniversario de John Main, Boletín Internacional de la WCCM, Invierno de 1996.

Uno de los dilemas más desconcertantes para el cristianismo tradicional en la actualidad podría ser cómo comunicar el evangelio de manera no competitiva en el contexto de relaciones con otras religiones. Para algunos, esto puede parecer absurdo. Sin embargo, tal vez el Espíritu nos está enseñando algo. Quizás el cristianismo está aprendiendo que, si es verdaderamente universal, debe reconocerse y encontrarse en todas las formas de experiencia espiritual humana y en cada evento espiritual. [ . . . ]

Es tiempo de una nueva era de diálogo religioso, marcada por la tolerancia, la reverencia mutua y el aprendizaje compartido, de una manera que nuestros antecesores nunca habrían imaginado. ¿Acaso no es esta actitud profundamente compatible con la personalidad y el ejemplo de Jesús? Él nunca rechazó a nadie, fue tolerante con todos y vio el misterio de Dios en cada persona y en la naturaleza. Jesús compartió la mesa con aquellos que debía haber despreciado, habló con aquellos a quienes debería haber evitado. Fue tan abierto a los demás como lo fue a Dios. [ . . . ]

En Jesús, el tiempo y la eternidad se cruzan, pero esta intersección ocurre en la pobreza del espíritu humano. La pobreza es el lugar donde el misterio infinito se encuentra con la existencia concreta. No se trata solo de la ausencia de bienes materiales, sino de la conciencia de nuestra profunda necesidad de los demás y de Dios. Esta necesidad humana es universal. Los más ricos y poderosos, al igual que los más pobres y marginados, comparten la misma carencia.

La necesidad es ese sentimiento que surge al reconocer nuestra interdependencia. La sabiduría radica en aceptar nuestra conexión mutua, y la compasión se expresa en la práctica de esa interconexión. A través de la meditación, nos sumergimos en un nivel más profundo de realidad, más allá de nuestras mentes superficiales dominadas por el ego, que suelen quedar atrapadas en la ilusión de independencia y aislamiento. Desenredarnos de esa ilusión es el trabajo diario de la meditación. Es también un nuevo modelo para practicar la presencia de Dios en la vida cotidiana.

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