La guerra en Ucrania. El cambio climático. La degeneración de la democracia y el aumento del nacionalismo. Los precios de la energía y el desempleo. El diagnóstico de cáncer. El deterioro de las facultades mentales. La pérdida del amor. Al enfrentarnos a estos problemas, a menudo abrumados por ellos, podemos sentir que “tenemos que hacer algo ahora” para resolverlos. Nos aferramos a respuestas fáciles y soluciones seductoras que prometen un éxito rápido. Sin embargo, no hay respuestas ni soluciones que funcionen durante mucho tiempo, salvo quizás para evitar una catástrofe inminente. Todo éxito se desvanece tarde o temprano en una sensacióndefracaso.
Cuanto mayor es el reto, más breve es la solución. Asustados e impacientes, nos vamos a los extremos, como demuestra la política actual. Escapamos negando los problemas, culpando a oscuras conspiraciones y juzgando cínicamente. Retirándonos de la responsabilidad social de los ciudadanos, nos convertimos en consumidores y la vida de la sociedad se convierte en mera “economía”.
La alternativa son las nuevas perspectivas. La mejor solución es no imaginar que las soluciones son la respuesta inmediata. Sólo la metanoia cambia las cosas: un cambio de mente ocurre cuando las ideas aflojan su agarre. Entonces, las nuevas percepciones, la visión de nuevas conexiones, la expansión en nuevos campos de comprensión, la apertura del ojo de la sabiduría por la que se puede ver a Dios, conectan el objetivo inmediato con el objetivo final.
Si el objetivo de la vida fuera una respuesta o una solución, habría dejado libros y sistemas. En cambio, dejó una palabra hablada, una transmisión recordada de percepción, de corazón a corazón. La experiencia es el maestro. Escuchar y recordar convierte la experiencia en una visión de las cosas de una manera nueva. Esto nos enseña a transmitirla a su vez, comunicándola como una verdad universal a través del medio del espíritu, a través de todas las culturas y zonas horarias.