La atención es la esencia de la contemplación. Todos somos conscientes -o deberíamos serlo – de lo débil e infiel que puede ser nuestra capacidad de atención. Por eso necesitamos una práctica diaria de la meditación, plasmada en las rutinas de nuestra vida privada. No es pensando en ello, ni siquiera queriendo, como crecemos en atención, sino a través de la práctica. [ . . . .]
La atención purifica nuestros corazones y cambia el mundo. Podemos comprobarlo porque nuestras propias aflicciones personales se alivian benditamente si alguien nos presta genuinamente su atención cuando más la necesitamos.
La compasión es el primer fruto de la atención. Es la vida que fluye de la muerte del egoísmo.