[La nueva santidad] nos permite vislumbrar el proceso de reforma que se desarrolla dentro del colapso de las viejas estructuras. Nos da confianza para enfrentarnos a los poderes de las tinieblas que se amontonan, porque vemos no sólo su capacidad para causar estragos, sino también su superficialidad y falsedad intrínsecas: la negación descarada de la verdad, la política del ojo por ojo, diente por diente que socava la justicia, el engaño del evangelio de la prosperidad que blasfema contra el Santo.
¿Qué nos permite comprometernos con el camino de la verdad y renovar el don de nosotros mismos? ¿Cómo iniciamos cualquier obra buena y evitamos que el ego la secuestre? Descubriendo la verdadera naturaleza del amor. No podemos encontrarlo sin adentrarnos en el desierto de la soledad, renunciar a la posesividad y triunfar sobre el demonio de la soledad. Con el tiempo, éste es el trabajo de la contemplación, que nos conduce a la humildad a través del fracaso. . . . .. La meditación nos devuelve la sabiduría que hemos perdido del vínculo entre la ascesis -el entrenamiento en la disciplina de la atención desinteresada- y el amor. Este es el acorde perdido en la música de la humanidad que hemos de recuperar continuamente. De forma simple y directa, aprender a meditar enseña que para encontrar necesitamos perder.
Para conocer la verdad que nos libera de la ilusión necesitamos vernos a nosotros mismos en los demás y a los demás en nosotros mismos. Jesús insiste en que no hay nada que temer en esto. Rumi también lo vio cuando escribió “En la ruina del desamor se encuentra el diamante de la pasión divina que puede resucitar a los muertos”.