A veces, cuando nos vemos obligados a hacer algo y nos sentimos aprisionados por una fuerza externa fríamente impersonal, podemos arder de rabia por ello o entrar en depresión. Y sin embargo, a veces, sólo a veces si tenemos suerte, la experiencia de sentirnos obligados nos libera hacia nuevas y sorprendentes visiones de la realidad. Encontramos algo inesperado, una gracia oculta que de otro modo no habría podido encontrarnos.
Como en la meditación, hay momentos en los que nos sentamos en un desierto, secos y distraídos sin fin por nuestras ansiedades o pérdidas. Una desolación vacía se extiende hasta donde podemos sentir en todas direcciones. Pensamos que es mejor hacer algo útil o autocomplaciente. La soledad no es el espacio abierto en el que nos sentimos conectados a un todo mayor, sino la soledad, la constricción, el abandono o la sensación de ser olvidados. El espectro de la aflicción acecha nuestra alma.
Entonces, desde un punto interior, sin localización, un rayo invisible de luz toca y devuelve a nuestra alma marchita la vida y la esperanza. No es que se cumplan todos nuestros deseos, de hecho puede que no se cumpla ninguno, y que el dolor o la pérdida sigan estando demasiado presentes. Pero surge una alegría que abre un camino hacia la fuente del ser, nuestro ser.
Selección: Carla Cooper