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Un extracto de Laurence Freeman OSB, “Carta Uno, RED DE SILENCIO” (Londres: Darton, Longman, Todd, 1996), pp. 14-17.

El Nuevo Testamento asocia naturalmente la paz y el gozo como expresiones de una vida centrada en Cristo. Sin embargo, como ocurre con todo vocabulario, estas palabras a menudo se convierten en simples jergas cristianas. Hablamos de paz, amor y gozo, y de los frutos del espíritu, porque son cosas que deberían caracterizar nuestra vida en común, pero rara vez lo hacen. Y no pueden hacerlo, a menos que el viaje hacia el centro haya pasado de lo externo a lo interior. La meditación es un camino de paz porque nos empuja hacia adelante, o más profundo, hacia ese centro interior del corazón donde se disuelven todas las ilusiones, pretensiones y autoengaños que nos bloquean de la paz. Dado que frecuentemente racionalizamos nuestros deseos y prejuicios, necesitamos un camino como la meditación que nos lleve a una percepción más profunda que la razón.

Nunca encontraremos paz en medio de nuestras preocupaciones y problemas intentando razonarlos. El pensamiento es un laberinto falso que siempre nos regresa al mismo punto de partida confuso. La oración es el verdadero laberinto que nos lleva más allá del pensamiento y nos conduce a la paz que sobrepasa todo entendimiento. Dejar de lado nuestras ansiedades es nuestra mayor dificultad, lo cual da testimonio de la resiliencia negativa del ego. Sin embargo, es tan sencillo. Solo tenemos que captar la verdadera naturaleza de la meditación: no se trata de tratar de no pensar en nada, sino de no estar pensando.

En muchos laberintos antiguos, en el centro se encontraba un monstruo, algo que causaba temor y amenazaba la vida. Los laberintos cristianos colocaban a Cristo en el centro de todos los giros y vueltas de la vida. En Cristo no encontramos temor, sino la disolución del miedo en la certeza final y primordial del amor. La meditación es la obra del amor, y es a través del amor, no del pensamiento, que Dios es conocido en última instancia: el conocimiento que salva es el conocimiento del amor.

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