San Pablo pregunta: «¿Y qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» 1 Co. 4:7
¿Y qué dice Jesús? Aprende de mí que soy manso y humilde de corazón.
Es un buen momento para reflexionar sobre lo que queremos decir con humildad. La humildad es no comparar. La humildad nos enseña que no somos ni mejor ni peor, ni más inteligente ni menos inteligente, ni más atractivos ni menos atractivos. Estamos dotados con cualquier capacidad que tengamos. No hay nada en nosotros que hayamos ganado. Si nos hemos ganado un título, lo hicimos con los dones que Dios nos dio. Independientemente de lo que hemos logrado, se ha hecho con los dones que Dios nos ha dado. La humildad no utiliza humillaciones en el habla. No puedo ni degradarme a mí ni degradar a los demás. No puedo ni exaltarme a mí mismo ni exaltar otros.
La humildad es simplemente saber qué he sido amado en la vida, mi vida es tan misteriosa como la inmensidad del universo. El Aliento de Dios me trajo a la existencia. El aliento de Dios trajo a todos los demás seres humanos a su existencia. La humildad reconoce que nuestra vida, y todas y cada una de nuestras capacidades son un regalo de Dios. Incluso la más pequeña de nuestras capacidades es un regalo. Así que no hay razón alguna para pensar que somos mejores o peores que nadie. Simplemente somos ¿Cómo podemos sobrevivir siendo humanos? Al agradecer. Y el mejor regalo de todos es qué Dios nos ama.
Como escribió San Simeón en un poema:
Por cuál misericordia sin límites, mi Salvador
¿Has permitido que me convierta en un miembro de tu cuerpo?
. . .
¿Cómo es que me has vestido con prendas brillantes
Radiante con el esplendor de la inmortalidad
¿Eso convierte a todos mis miembros en luz?
Así que cuando entramos en el silencio que está abierto a la entrega de Dios, creemos que Dios nos transforma en el amor.
Hna. Elizabeth Hillmann, RC. Noviembre 22, 2006.
Traducido por Elba Rodríguez
