El Camino de la Iluminación, John Main en Anhelo de Profundidad y Sentido. Editorial Bonum.
Todos somos conscientes de que hay mucha oscuridad en el mundo. A diario escuchamos hablar de terribles injusticias, de violencia, de odio, de enemistades, de codicia y de cosas por el estilo. Lo vemos tanto en lo personal como, por supuesto, en el plano internacional.
Todos nosotros también somos conscientes de la oscuridad en nuestro interior. Reconocemos que tenemos un lado oscuro, que podemos vivir en un nivel que —sabemos— no vale realmente la pena si conocemos nuestro destino como seres humanos.
Cuando comenzamos a meditar, comprendemos que no podemos vivir esta experiencia sólo con una parte de nuestro ser. En ello debe involucrarse la totalidad de nuestra existencia. Cada aparte de nuestro ser debe estar abierta a la luz y entrar en la luz. No meditamos sólo para desarrollar nuestra faceta religiosa o nuestra capacidad religiosa. El hombre o la mujer verdaderamente espiritual está en armonía con cada talento que posee. Esto lo lleva a realizar todo con el mayor grado de perfección posible, con el amor más perfecto posible y, por lo tanto, con el mayor gozo posible.
La meditación no es un proceso por medio del cual tratamos de ver la luz. Es algo que no podríamos hacer en esta vida y seguir vi-viendo. La meditación, en cambio, nos hace entrar en la luz en una transformación por la cual comenzamos a ver la realidad en su totalidad. Comenzamos a verla por el poder de la luz. Jesús nos dice que el poder de la “luz” es el amor. La prueba de nuestro progreso en la meditación será saber cuánto somos capaces de movernos para poder ver a todos y a todo a través de la luz. de Dios. Es decir, el ver por la luz. del amor nos hace amar los demás sin juzgarlos ni rechazarlos pues los vemos a través de la luz que encontramos en nuestros corazones.
Dediquemos un tiempo cada mañana y tarde de nuestra vida para permanecer abiertos a la luz, a Dios, al amor. Alejemos nuestros pensamientos y planes de manera de poder entrar en un silencio cada vez más profundo, en una reverencia cada vez más trascendente, y arraigar todo nuestro ser en Dios.
Reciten su palabra pacífica y calmadamente, y permitan que ella se hunda en lo más hondo de su ser. De esta forma, cada parte de él resonará en armonía con Dios. A medida que entremos en esa resonancia, nosotros mismos entraremos en la luz de su amor.
El mensaje que Jesús nos ha dado es que cada uno de nosotros en esta habitación está llamado no sólo a ver por la luz, sino a ver la luz en sí misma. El momento en que llegamos a ser totalmente uno con la luz es el momento cuando —como lo expresa san Pedro— “compartimos el propio ser de Dios”.
Escuchemos a san Pablo en su Epístola a los corintios:
Pues el mismo Dios que dijo: “de las tinieblas brille la luz” ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios, que está en la faz de Cristo. (2 Cor. 4,6)
El camino de la meditación es el abrirnos a Jesús tan completamente como podamos en esta vida. El es nuestra luz. Su Espíritu todo habita en nuestros corazones. Los cristianos debemos comprenderlo, con toda la fuerza y el deslumbramiento, en lo profundo de nuestro espíritu. El Evangelio que predicamos es un anuncio de la gloria de Cristo, que brilla a lo largo de la historia y en cada uno de nosotros.
La luz que emana de ella es la que da una dirección a nuestra vida. Cuando meditamos, cada mañana y cada atardecer, dejamos todo lo demás de lado y nos abrimos a esa luz. Buscamos seguirla y ser iluminados por ella. Lo maravilloso de la meditación es que, si podemos ser fieles, todo aquello en nuestras vidas que no esté en consonancia con la luz desaparecerá.